lunes, 12 de octubre de 2009

Du Poil Sous les Roses, o el Vello bajo las Rosas


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Por lo que me ha constado, platicando con amigas y amigos, tanto de mi edad, como mayores y más jóvenes, ninguno ha tenido una iniciación sexual plena, llena de seguridad, sin tabús. Y eso a lo largo del tiempo ha sido un alivio… resultó que mis inseguridades de adolescente, no eran tan extrañas como yo las consideraba.
Y sí… todos creemos que nuestros miedos nos hacen parecer un fenómeno, tan traumáticos y absurdos son, que es difícil hablar de ellos hasta con nuestros amigos más cercanos… y no se diga nuestros padres, que siempre aparecen en nuestra cabeza como todos unos expertos en el tema, o como gente completamente mocha que por el simple hecho de contestar una pregunta se molestará… y con sus expresiones desaprobatorias ante ese tema… de plano es mejor no preguntar. Este último, para mi desgracia fue mi caso… no tuve una sola conversación de sexo con mis padres, porque a mi mamá le incomodaba sobremanera el tema, aunque nunca logré descubrir por qué y cuando le trataba de preguntar algo, recibía una respuesta cortante y con molestia, que encima de todo, me dejaba peor. Recuerdo muy bien una corta anécdota en la que… teniendo yo alrededor de ocho años, le pregunté cómo se hacía el amor y su respuesta fue “Ya te dije que penetra ¿no?”, a lo que con el “ya”, le tuve que responder que sí, aunque nunca me había dicho “eso”, y tampoco supe a qué cuernos penetraba y en dónde… pero obviamente, con ese tono de voz… mejor ya no le moví… sin ella quererlo, me hizo sentir como que había preguntado algo malo… algo que no debía de preguntarse. Así que mis clases de educación sexual fueron en la escuela (que por suerte todavía eran parte del programa), la serie Los Años Maravillosos, Beverly Hills 90210 (la primera generación, pues tenía como diez años cuando salió, y en ese momento para mi fortuna comenzaban a decir al aire la palabra “sexo”, “protección”, “condones”, y algunos de los protagonistas eran inexpertos en el tema, aunque no tan ineptos, que en aquella época era todo un escándalo en televisión abierta).
Antes de iniciar nuestra vida sexual, pensamos lo maravillosa o terrible que puede ser, nos da miedo cometer errores, que nos critiquen o nos juzguen, quedar como unos completos ineptos o inexpertos, hacer obvio que no sabemos nada… por mucho taco que algunos de nuestros amigos se echen a ellos mismos, cuando todos sabemos que su vida sexual es igual o más nula que la nuestra.
Antes de iniciarnos, también, todos pensamos en nuestro gran amor, y que con esa primera vez, se colapsará el universo… pensamos que después de tener relaciones con la persona adecuada nos acercará a alguien parecido al príncipe o la princesa de los sueños… comprensivo, amoroso, ardiente, dulce… bla, bla, bla. Cuando en realidad es “si hay química nos vemos de nuevo, si no la hay, ahí muere, y por las buenas”.
Finalmente, cuando algunos de nuestros amigos comienzan a experimentar, todos omiten en las pláticas de ese momento, sus errores y sus inseguridades, así que nos dejan en las mismas… a nuestros ojos, ellos lo hicieron todo bien y nosotros seremos los estúpidos… y de esa primera vez, a la que sigue, ya son unos completos expertos en el tema, viendo a los que no hemos tenido su experiencia, o haciéndonos ver como los tontos que tanto miedo tenemos de ser y conforme pasa el tiempo, la incertidumbre crece, y la inseguridad es cada vez mayor. Y lo peor… les compramos su “experiencia”, al grado casi de adorarlos.
Y cuando el momento puede llegar… descubrir que la otra persona tiene tantos defectos como tú, y que dista mucho de ser un súper héroe o un príncipe, suele doler, porque es de nuevo situarnos en nuestro lugar de miedo a ser unos absolutos idiotas, de entrada, por creer que era alguien que no era… y en ese lugar se encuentra Radoudou, el personaje principal de “Du poil sous les roses”, con sus quince años… tal como yo me encontré, como seguramente quien esté leyendo esto, también estuvo… no con exactitud, pero de que estuvimos, estuvimos.
Con su amiga y su hermano “expertos” en el tema, casi tanto como sus padres, ella cada vez se siente más fuera de lugar, en medio de una completa desorientación, pues, desde su punto de vista, la inepta, inexperta, es ella, nadie más.
Las inseguridades en cuanto a su cuerpo, como el tamaño de sus senos, lo atractiva que pueda resultar para el sexo opuesto, cómo será la primera vez, si ese que ella cree es un príncipe o no… son inseguridades con las que yo me sentí plenamente identificada, y eso fue lo que me hizo reírme escena tras escena. ¡Cómo me gustaba complicarme la vida! ¡Cómo se complica Radoudou la vida!
¿Qué ocurre cuando entonces la historia de pronto cambia de protagonista a un chico y resulta que las mismas inseguridades y miedos también están presentes en el otro sexo? El asunto es de más risa, porque resulta que aunque nadie nos lo dijo en el momento adecuado, la parte sexual del ser humano, resulta muchísimo más simple de lo que podemos siquiera concebir. Más simple que cuando nos damos nuestro taco hablando de sexo como si con una o dos veces de haberlo vivido, conociéramos todos los puntos erógenos y todos los modismos para las partes del cuerpo y para los orgasmos. Más simple que cuando lo tratamos de imaginar como algo simple. De un simple que Romain y Radoudou difícilmente creerían en esos momentos de su vida.
Los besos y caricias resultan torpes, la idea de lo que el otro pensará es un fantasma muy grande que nunca los deja en paz, y como de costumbre, cada uno, está más preocupado por su propio papel y lo que pensará el otro sobre sí, que por lo que pueda estar pensando el otro, también sobre sí mismo… justo como en nuestros años mozos.
Posiblemente los directores, que para no variar en estos buenos experimentos cinematográficos, Jean-Julien Chervier y Agnes Obadia, resultaron ser los escritores, retomaron muchas de sus dudas de adolescentes, sin temor alguno de exponerlas y compartirlas. Si vemos esta comedia, como en mi caso, cuando los traumas ya pasaron… resulta una película que garantiza muchas risas… identificación, de uno o del otro lado, identificación de amigos de antaño y compañeros de escuela, y un reconocimiento orgulloso de cómo vamos madurando, en este caso para bien.
El nombre en español de ésta peli, para que no se les vaya es “¿Qué diablos es el sexo?”… que hasta eso, no se me hizo tan desatinado, como cuando logran masacrar la idea del filme con el cambio de nombre.


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viernes, 9 de octubre de 2009

El Decálogo de Kieslowski


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La precuela de su sensacional Tres Colores.
No recomendada para gente muy mocha o que tome como algo personal si alguien ataca o critica a la religión (católica), pues pecadores, aunque no les guste, hay en todos lados.
Me habían hablado mucho del Decálogo de Kieslowski (Krzysztof, que se pronuncia Cristof, pero como todavía no me aprendo de memoria cómo rayos se escribe su nombre, y tengo que recurrir a mis guías de cine, mejor me remito na más al apellido, y es para no quedar mal conmigo misma, porque eso de las faltas de ortografía aunque sean en otro idioma, son algo que me puede dejar sin dormir, y lo digo textualmente); pero, al ver que eran tres discos completos, y que su trilogía más sonada: Tres colores: Azul, Blanco y Rojo, aunque me gustó mucho, se me hizo lenta (excepto Azul), y que no puedo evitar relacionar el nombre de Kieslowski con Tarkovsky y, éste último se me hace un genio desperdiciadamente lento… le había sacateado.
Normalmente cuando una película me gusta aunque me duerma dos, tres o muchas veces al verla, no cejo hasta que aparecen los créditos finales, y siempre trato de que me nutran el intelecto, aunque sea sólo un poquito.
Aquí cabe hacer otro paréntesis pero sin puntuación para decir que SÍ estoy en contra del cine comercial y hueco (más hueco que comercial, para que los capitalistas no se ofendan), porque como la vida después de la muerte, el más allá o lo que sea no nos consta que existan, creo yo, que, con el fin de enriquecer nuestra efímera existencia, lo ideal para trascender dentro de toda la pila de animales (y con eso hablo de la mayoría de los hombres, porque los pobres animalitos no tienen la culpa de nada), es tratar de hacer más honda nuestra existencia. Con esto me refiero a pensar, comprender, discutir, racionalizar, y no dejar pasar una, dos o tres horas absortos en efectos especiales que así como se crearon para hacernos olvidar la guerra que existe en Afganistán o el calentamiento global (que no está mal olvidarlos por un momento) se encargan de no dejarnos absolutamente nada. Pero nada en serio. Nada en qué pensar, nada qué discutir, ninguna emoción… a mí no me emociona ver maquinitas, o efectos en tercera dimensión, o súper computadoras, no me emociona ver la transformación de un Hombre X ni una computadora voladora… Digo, si no hay nada mejor en la TELE, puedo verlos, comiendo palomitas, pero no pagaría por verlas, una cosa es perder el tiempo porque así están las cosas, y otra pagar para perder el tiempo.
Al principio de los ochenta, que no teníamos computadoras, los niños, como niños, aprendimos muchas más cosas de la vida, de la familia y de los sentimientos que estas nuevas generaciones que ya se quedan pasmadas con un mp3 desde los cuatro años, tal vez hasta menos, caray.
Tras mucho cine no necesariamente comercial, pero sí hueco, me dolió ver cuántas horas de mi vida desperdicié en aprender y aprehender absolutamente nada de ellas. Y lo de “no necesariamente comercial” es verdad, porque Fincher, Jordan y Schumacher, son excelentes directores de cine comercial que sí me deja un poquitito más enriquecida cada vez que me topo con ellos. Cuando hablo de comercial… me refiero a una película de acción saturada de efectos especiales y un argumento prácticamente nulo. Del asunto de Encantada o las de Disney, en general… esas me dejan una sensación muy bonita, como la que me dejó Amélie, así que, aunque no aprenda algo propiamente de ellas, me dan una sensación de bienestar, parecida a una copita de vino tinto.
Un día en un desayuno, don José de la Colina (creo que fue él, y si no, le pido disculpas al que haya dicho ese comentario por omitir su nombre en esta cita)dijo: “El cine europeo es para adultos, el cine americano es para niños”. Con todo el contexto de la frase, me pareció maravilloso. Un niño de 8 años puede perfectamente entender (aunque no necesariamente deba ver), una película hecha en Estados Unidos, y en su mayoría, la gente evita el cine europeo, porque no le gusta no entender las películas y si las llega a entender, no le gusta tener que pensar para entenderles… Obviamente, hay muchas excepciones en esta frase, pero creo que se entiende la idea. Miles de veces amigos míos le han huido a cine francés exhibido en las salas a cambio de… no sé… El cantante de bodas.
Como cierre a este paréntesis que acabó siendo un tratado, aclaro que no me meto con los gustos de absolutamente nadie… esta es mi humilde opinión y al que no le guste, que se vaya a ver a Terminator.
A lo mejor, a ellos sí les deja algo.
Bueno pues, encontré en una tienda el Decálogo hace como un año y medio (Dekalog, 1989, Polonia), y como no lo había encontrado antes, no podía dejar pasar la oportunidad, así que lo compré, pero, aunque me dé pena decirlo, las tres cajas estuvieron de adorno en mi librero gigante que es casi, casi, estante de biblioteca, pero con películas en lugar de libros. Los libros, en uno más chiquito, todavía caben.
No sabía sobre qué era el Decálogo. Lo único que sabía era que valga la redundancia, eran diez capítulos sobre algo… pero con los antecedentes de Kieslowski, ese algo podía ser cualquier cosa, así que me puse a investigar, y resultó que cada capítulo era de o sobre cada uno de los diez mandamientos. Y sí, eso es todo…
Pero el asunto no es el mandamiento sino como está manejado. Hay a quienes les va mal por romper uno, a quienes les va mal por apegarse a ellos, a quienes les va bien porque alguien rompió o se apegó a alguno de ellos… e infinidad de historias, que ocurren todas en la misma unidad habitacional. Y en todos aparece algo parecido a un ángel, o un testigo divino, para hacer evidente la presencia de “ese” mandamiento. Su mirada es a veces tierna, a veces suplicante, a veces triste, y a veces espeluznante.
El asunto es, que muy a lo Kieslowski, cada capítulo se convierte en una discusión filosófica sobre quién soy, a dónde quiero ir, qué es lo que quiero, qué está bien de lo que hago y qué está mal. Escenas tremendamente cotidianas (y aquí está lo espeluznante) orillan a los personajes a situaciones en las que se confrontan directamente con el mandamiento. No hay buenos, no hay malos, sólo hay situaciones, sólo hay personajes… personas, seres humanos, vidas.
Una sola unidad habitacional, podría ser tu vecino, podrías ser tú. Eres tú quien se pregunta quién eres después de ver cada capítulo… y eres tú quien se confronta contigo mismo al ver reflejado algún pensamiento o alguna duda o pensamiento de cualquiera de los personajes a lo largo de los capítulos.
Según entiendo, esta serie se trasmitió en Polonia a finales de los años ochenta, grabándose por aquellos años, y refleja también perfectamente el sabor triste post-guerra que éste país tuvo por mucho tiempo, y del que por fin se está librando. Pobreza económica, miedo, melancolía, soledad. Gente con una angustia transmisible de generación en generación difícilmente posible de desaparecer. Me mueve aún más porque mi abuela fue refugiada de Polonia de la Segunda Guerra Mundial en México… para cómo hablaba de Polonia antes de la guerra… pues perdonen la expresión, sí los jodieron, y muy feo.
No se sigue una idea lineal en los capítulos. Después de ver el primero (Amarás a Dios sobre todas las cosas), pensé que todos tendrían un final en el que el “pecador” pagaría caro por no seguir el mandamiento, pero no es así.
En el segundo “No jurarás en vano”, aunque, de la manera difícil… el final es extrañamente feliz (que se acabará de notar capítulos más adelante).
3: Santificarás las fiestas (pascuas, navidad, etc.), la manera de santificarlas… es bastante particular.
4: Honrarás a tu padre y a tu madre: tal vez sea de los capítulos más difíciles… ¿en qué momento el honor se puede confundir o cruzar con el amor? Además de que no queda muy claro a quién se honra la protagonista, si al “padre” o a la difunta “madre”.
5: No matarás. Sobra decir que es un tema delicado… cada quién tiene su lugar y su momento… pero aquí queda muy difícil comprender la razón del momento.
6: No cometerás adulterio. El asunto aquí es que es muy difícil comprender la línea del adulterio entre dos solteros… Y lo que éste puede provocar…
7: No robarás. Es tal vez uno de mis favoritos. El ladrón está robando un objeto que era suyo pero que el actual dueño le robó. Y alguien sale ganando aunque los dos serían “pecadores”, además de que el objeto de hurto no es cualquier cosa.
8: No levantarás falsas acusaciones sobre tu prójimo. ¿Por qué tengo que ser culpable? ¿Sólo porque lo ves así? ¿No sería mejor preguntar primero qué fue lo que en verdad ocurrió o por qué actuaste así? También éste me gustó mucho.
9: No desearás la mujer de tu prójimo. Sobra decir también aquí lo que es el móvil de este episodio. Sorpresa tras sorpresa.
10: No codiciarás lo ajeno. Es una lección para todos.
Por otro lado, los capítulos son tan profundos, y tan confrontantes con nuestra realidad, tal vez hasta incómodos para muchos, que honestamente, si bien, esta serie es una obra de arte, codiciada por muchos cineastas, cinéfilos y cinéfagos, no la recomendaría para gente depresiva o en medio de un problema emocional grave. Se aleja mucho del terror y la ficción… y ese es el problema, con ello se acerca vivaz y aterradoramente a la realidad, que podría ser la de cualquiera.


Dekalog 2