Justo termino de ver Jeux d’enfants (Erróneamente con el título en español de “Quiéreme si te atreves”), que es una maravilla. A diferencia de Amélie, que es una comedia que tiene un final feliz-feliz, Jeux d’enfants (Juego de niños, que hace alusión a la manera de ver el mundo de los niños, completamente mágica), tiene un final algo así como feliz-trágico, y es un filme que demuestra que la felicidad aunque bien escondidita, siempre está ahí, lo mismo que el amor.
Honestamente, no sé si la película haya llegado a México o no, pero mi nerdez, sobre todo para conseguir películas raras, extravagantes, poco comentadas, no famosas, de culto, de autor, y cuantos más adjetivos puedan tener entre líneas “excéntrico” o “extravagante”, me he puesto a bajar últimamente algunos títulos que no suenan en México por ninguna parte (ilegalmente, por supuesto, benditos torrents).
De entre esos títulos que me he empeñado en conseguir, gracias a estar horas en internet buscando reseñas, encontré, también francesas Ils, Martyrs, Frontière(s) y Calvaire, todas de terror que literalmente me han puesto los cabellos de punta; Let the right one in (de Suecia, que después descubrí que sí llegó a México, y a la que le pusieron el bastante acertado título de “Déjame entrar”); C.R.A.Z.Y., de Canadá, que también es una maravilla; Ben X, de Bélgica y Holanda; Bully (USA), Nueve Reinas, Argentina; Wilderness (Inglaterra), y muchas otras no tan buenas, pero que se defienden, un ejemplo es Stay, con Ewan McGregor y Naomi Watts.
En fin… dado el asunto de que nos tienen prácticamente secuestrados en casa (sin restaurantes, antros, bares ni nada parecido abierto), por aquello del virus-conspiración, no me quedaba mucho que resignarme, comprarme rihartas palomitas para microondas, y disfrutar de mi criminalidad, viendo películas que bajé ilegalmente.
Total, que a lo que iba cuando empecé a escribir esta reseña, antes de mis humildes recomendaciones, es que, desde poco antes de Amélie, aunque el cine francés me gustaba, lo encontraba desagradablemente lento, inclusive en su llamado terror, que para mí era más suspenso que otra cosa.
El hecho, es que a partir de películas como Amélie, Todos contra Gregorio, 8 Femmes, Le Pacte de Leups, Le Libertin, Bon Voyage y algunas otras, a mi parecer, el cine francés se revolucionó, cambiando a algo mucho más visual, ágil, hipnotizante, lleno de color y con historias intrincadas pero para nada lentas. Y de 8 Femmes podemos llegar al cine de Gaspar Noé con Irreversible y Solo contra la humanidad… terriblemente crudas, pero bien hechas, ágiles, fuertes, capaces de sacudir neuronas.
No olvidemos que esta nueva ola, también tiene a las llamadas musas: Emanuelle Béart sigue apareciendo, Virginie Ledoyen, Eva Green (que pese al apellido nació en Francia, con unos ojos y una boca que todas querríamos para un domingo, y para los que tengan sus dudas, es la adorable y pervertida Isabelle, de Los Soñadores, la más reciente, pero esperemos que no la última obra de Bertolucci), la incomparable Monica Belucci (que ya sé que no es francesa, pero su trabajo principal es en este país), y en Jeux d’enfants, Marion Cotillard, que sin ser físicamente una diosa, tiene unos ojos, una boca y unas expresiones, dignas de una princesa urbana.
Bueno pues, empieza la película en una Francia al parecer de los tardíos 60’s, con imágenes muy infantiles, llenas de color, y aparecen una Sophie y un Julien de 8 años. El argumento empieza cuando la madre de Julien está cercana a la muerte debido a una metástasis, y antes de fallecer le enseña un juego que se podría traducir como “¿eres capaz o no?”, que consiste en que, gracias a una caja de metal, con forma de carrusel, quien la tenga de los dos participantes, le tiene que imponer un reto al otro, y si éste lo lleva a cabo, la caja cambia de dueño, hasta el nuevo reto. Al principio, aunque las bromas y los retos, son propias de niños, también son bastante agresivas, y van subiendo de tono conforme los personajes crecen. Cada vez más bellos, carismáticos e inteligentes los dos.
Cuando de la infancia, llena de experiencias nuevas, texturas, sabores, olores y el inocente surgimiento de un amor, llegamos a la adolescencia de Julien y Sophie, los retos se convierten a ratos en castigos, y van incluyendo los celos y la posesividad, y los sueños de los niños van cambiando. Sin embargo, los retos, a su vez, conservan un toque infantil, como lo es el simple hecho de seguir jugando. Hacer permanente un juego, extender la infancia, seguir teniendo la capacidad de no tomar todo en serio y de divertirse con pequeñeces son condimentos deliciosos para la historia. Sophie y Julien están conscientes de que están creciendo, pero se aferran a su infancia, a su juego inocente que al final no lo es tanto, a seguirle dando importancia a los detalles, a quererse. Pero en este falso color de rosa… (como siempre, hay un pero), se niegan a comprender que los sentimientos que tienen el uno por el otro, no son fraternales, y tampoco de íntimos amigos. Se trata de amor, un amor completamente puro e intenso al que le siguen dando la espalda.
Le dan tanta importancia a su juego, que no quieren comprender ni enfrentar el hecho de que están hechos el uno para el otro, desde que se volvieron íntimos amigos en la primaria, desde que escucharon La vie en Rose por primera vez juntos, desde que Julien pone en marcha el camión de la escuela con el chofer en la calle, lejos del volante. Lo importante es el juego, no el amor.
Pasarán muchos años para que lo acepten, muchas situaciones, algunas dolorosas, algunas llenas de comicidad… pero al final, aunque de una manera muy poco convencional, lo aceptan… sin jamás dejar el juego. Una virtud digna de aplaudir en el escritor del guión y director (Yann Samuell), y en los personajes. Como espectador contamos cada segundo que pasa en los años que llevan de conocerse, de estar, de alguna manera, juntos.
Y cuando lo aceptan, el final es increíblemente inesperado, desgarrador. Están hechos el uno para el otro, eso ya quedó establecido, pero como su vida y su manera de pensar no es para nada convencional, y tampoco lo es la manera en la que terminarán juntos. Muy al pesar o muy a pesar de la ovación de unos o de otros espectadores.
Es imposible enojarnos con alguno de los dos en cualquier momento, pues aunque como espectador, esperas, deseas y sabes que terminen juntos, sus errores son completamente humanos, comprensibles… posiblemente alguno de nosotros ha cometido el mismo error que Sophie o Julien alguna vez, y eso nos hace sentir empatía con alguno. Con los dos. No hay malo, no hay culpable, solo hay situaciones.
Y, por si fuera poco, la capacidad de vivir al máximo de los dos, es sencillamente envidiable.
La adrenalina, el amor, la tristeza, el enojo, la felicidad, el miedo… todas son emociones que en un momento u otro salen de alguno de los personajes en su máxima expresión…
Además está el poco (o nulo) miedo que tienen de vivir, de experimentar, de soñar, de seguir siendo niños mientras siguen creciendo y mientras están conscientes de que crecen, es un canto a la libertad del espíritu que a mi parecer todos deberíamos seguir. Quieren seguir jugando, quieren seguir divirtiéndose, aprendiendo.
Por otro lado… también es una advertencia… aunque la película tiene un final “feliz”, varias veces está a punto de no serlo, así que, como seres humanos que somos, llenos de virtudes, y defectos, defectos por cierto, perfectamente bien planteados, pero ante todo, llenos de errores, podría ponerle como slogan a la película, por muy trillado que se oiga: “Nunca, nunca le des la espalda al amor, porque cuando llega y se va, es posible que nunca jamás lo vuelvas a ver”.
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